El castillo de Castrizán, en el municipio de O Incio (Lugo), se levantó en el siglo XII como residencia y bastión militar de la nobleza local, ligada en sus orígenes a la familia Castro. Desde su ubicación hay unas bonitas vistas, e incluso se ve el castillo cercano de Sotomayor. Lo más destacable del recinto son sus murallas exteriores y en el centro del mismo una iglesia.
Su posición dominante sobre los valles cercanos lo convirtió en una pieza importante para vigilar caminos y afianzar poder señorial. Durante siglos fue testigo de luchas por el control territorial, especialmente en los convulsos siglos XIV y XV, cuando Galicia estaba dividida entre las grandes casas nobiliarias y la Iglesia de Santiago. Uno de los episodios más notables que marcaron la historia de este castillo se relaciona con el enfrentamiento entre Alonso de Fonseca, arzobispo de Santiago, y el conde de Soutomaior, Pedro Álvarez de Sotomayor, más conocido como Pedro Madruga.
Fonseca representaba los intereses de la Iglesia compostelana y, por extensión, de la Corona castellana, que buscaba centralizar el poder y reducir la autonomía de los linajes gallegos. Madruga, en cambio, era la cara visible de la resistencia nobiliaria, con un carácter audaz y un ejército privado que se enfrentó en repetidas ocasiones a las tropas episcopales. El castillo de Castrizán, como otros de la zona lucense, entró en el radio de influencia de estas disputas. No fue un escenario directo de grandes batallas documentadas, pero sí un enclave que cambiaba de fidelidad en función de las presiones de unos y otros.
Fonseca trataba de asegurarse fortalezas como esta para consolidar el poder eclesiástico, mientras que Madruga veía en ellas puntos estratégicos para hostigar al arzobispado y demostrar que la nobleza gallega seguía teniendo un papel protagonista. Las correrías de Madruga llegaron a extenderse por todo el sur y centro de Galicia, y no es descabellado pensar que fortalezas como Castrizán sufrieron saqueos, asedios o pactos forzados en esos años. Las tensiones alcanzaron un punto álgido en torno a 1470, cuando Pedro Madruga llegó a apresar al propio arzobispo Fonseca durante un enfrentamiento.
Ese episodio refleja la ferocidad del conflicto y la fragilidad del poder eclesiástico, pese a sus recursos. Aunque finalmente Fonseca recuperó su posición gracias al apoyo real, la rivalidad con Madruga dejó huellas profundas en Galicia. El castillo de Castrizán, al igual que muchas otras fortalezas, quedó como símbolo de esa lucha de poderes en la que los muros eran más importantes como banderas de dominio que como simples edificios de piedra. La situación se agravó aún más con la gran revuelta irmandiña (1467–1469), en la que miles de campesinos derribaron castillos para castigar los abusos de señores y prelados.
Castrizán fue arrasado en ese contexto, como casi todas las fortalezas gallegas. Aunque hubo intentos de restauración tras la derrota de las hermandades, el esplendor nunca regresó. Las posteriores pugnas entre Fonseca y Madruga terminaron de convertir la fortaleza en una pieza secundaria dentro del ajedrez político, hasta caer finalmente en abandono. Hoy, las ruinas del castillo de Castrizán recuerdan esa época de conflictos, alianzas frágiles y venganzas. No solo fueron piedras defensivas, sino testigos de la pugna entre obispos y nobles que marcaron la identidad política de Galicia en la Baja Edad Media.
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