La Ponte Vella de Lugo, más conocida como el Puente Romano de Lugo, es una de las estructuras más emblemáticas de la ciudad gallega. Se sitúa sobre el río Miño y une el casco histórico, rodeado por la famosa muralla romana, con la antigua vía que comunicaba Lucus Augusti (nombre romano de Lugo) con Bracara Augusta (actual Braga, en Portugal).
El punto elegido para su construcción ofrecía una base firme y un cauce estable, lo que permitió levantar una obra sólida que ha sobrevivido a siglos de uso y reconstrucciones. El origen del puente se remonta al siglo I d.C., durante la época del emperador Augusto, cuando Lugo fue fundada como una importante ciudad administrativa y militar del noroeste del Imperio Romano. Su construcción fue responsabilidad de ingenieros romanos especializados en obras de infraestructura, siguiendo las técnicas habituales de la época, con grandes sillares de granito y tajamares apuntados para resistir la corriente del río.
A lo largo de los siglos, el puente ha sufrido numerosas reparaciones y modificaciones. En la Edad Media, varios reyes impulsaron su restauración para mantener la conexión con el Camino Primitivo de Santiago, que pasa por Lugo. Más tarde, en los siglos XVII y XVIII, se reforzaron algunos tramos y se añadieron elementos de mampostería que alteraron parcialmente su aspecto original. A mediados del siglo XX, el puente fue sometido a nuevas obras de consolidación y, ya en el siglo XXI, se peatonalizó para protegerlo del tráfico rodado y preservar su estructura, lo cual, a mi honesto entender ha sido un acierto.
Arquitectónicamente, el puente presenta una estructura de piedra con una longitud de unos 100 metros y varios arcos de medio punto. Aunque muchos de los sillares originales romanos se mantienen, otros tramos fueron rehechos con materiales más modernos. Los tajamares, que cortan el flujo del agua, muestran la habilidad romana para diseñar obras resistentes a la erosión y a las crecidas del Miño. En conjunto, el puente conserva el carácter sobrio y funcional típico de la ingeniería romana, aunque con capas visibles de las distintas épocas históricas que lo han modificado.
Entre sus curiosidades, destaca el hecho de que ha permanecido en uso de forma casi ininterrumpida durante dos milenios, algo que pocos puentes del mundo pueden afirmar. Además, en algunos de sus bloques aún se pueden observar marcas de cantero romanas, testimonio del trabajo manual de sus constructores. También ha sido escenario de pequeñas batallas y disputas locales, especialmente durante las guerras medievales y la invasión napoleónica, cuando su control era estratégico para cruzar el Miño.
Hoy en día, la Ponte Bella o Puente Romano se conserva en buen estado y es un símbolo de Lugo, tanto por su valor histórico como por su función como nexo entre el pasado romano y la vida moderna de la ciudad. Su aspecto actual es el resultado de veinte siglos de historia acumulada, en los que se mezclan la ingeniería romana, las reformas medievales y las restauraciones contemporáneas. Es, en definitiva, un ejemplo vivo de cómo las obras públicas del mundo romano no solo marcaron el territorio, sino que han llegado hasta nosotros con una fuerza y una belleza que resisten el paso del tiempo.
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